La lluvia y el transporte

El estudio de los comportamientos políticos está marcado menos por la necesidad de comprender al prójimo que por la de anticiparse a sus acciones, de allí que los comicios electorales sean uno de los objetos típicos sobre los que recae el ejercicio de hacer cálculos y pronósticos. Las sociedades antiguas tenían profetas, magos y poetas, pero, como no tenían elecciones, sus funcionarios del conocimiento no se equivocaban tan a menudo.

En las sociedades modernas tenemos encuestadores, cientistas sociales e ideólogos, que nos regalan una serie de certezas a tan bajo precio que cada vez valen menos. Quién no recuerda el balde de agua fría que les cayó a los politólogos occidentales cuando cayó el muro de Berlín en noviembre de 1989. ¿Es que alguien predijo la extinción de la Unión Soviética y la abolición del Partido Comunista, por decisión propia en 1992?

Pues no, los grandes hechos son siempre impredecibles, dirán. A nadie se le ocurrió aventurar la idea de que el siglo XXI empezaría con las campañas bélicas más monumentales de la historia en la que Estados Unidos se desplazaría a sus antípodas para liquidar a los Estados "canallas" de Asia Central, a pesar de que ya habíamos visto, diez años antes, el éxito contundente que obtuvo el General Schwarzkopf en la operación Tormenta del Desierto.

Como los analistas no han podido prever los grandes acontecimientos, no han tenido más remedio que contentarse con los hechos pequeños, como las elecciones. Aquí, sus pretensiones proféticas son tan grandes como las sumas que cobran en concepto de honorarios. No importa cuántas veces hayan fracasado sus predicciones sobre los escrutinios; se trata de un hábito que no se puede abandonar, una necesidad creada que ya no se puede dejar de satisfacer.

La gente quiere saber quién va a ganar antes que las elecciones ocurran y hay quienes que están dispuestos a decirlo. En esta escena los candidatos, protagonistas por excelencia, se sientan y escuchan a otros personajes, que habitualmente se mueven tras bambalinas. Es la trastienda del conocimiento de la política, que no debemos confundir con la política misma, porque entre uno y otra hay una distancia más larga a la que normalmente hay que recorrer para ir del comedor a la cocina.

¿Quiénes son estos personajes que nos venden el futuro? ¿Qué realmente saben y cuánto les podemos creer? Los más destacados en la práctica de artes adivinatorias son los mercadólogos, que tienen la capacidad de estudiar el voto exactamente como si se tratara de un mercado más. Su enseñanza es simple: cada candidato es un producto, y la campaña es una estrategia de venta; el voto es el acto de compra de dicho producto. De este grupo saldrán los marketeros, especialistas en mercadear candidatos.

Con base en los sondeos de opinión, estos analistas nos revelan quién ganará el 2 de mayo. Pero hay algunos problemas en la mágica poción: la muestra podría tener sus sesgos, como, por ejemplo, subrepresentar a los marginados por el sistema, que son, al mismo tiempo, los que no tienen una buena opinión del establishment y tienden a demostrarlo con los votos. A lo mejor estas personas no van a las urnas, pero a lo mejor sí. Nadie puede saberlo.

Otro pequeño problema de las encuestas es que en Panamá están prohibidas diez días antes de las elecciones y durante ese período el electorado, como un magma incesante, sigue pensando, dudando y sufriendo. Diez días son demasiado tiempo cuando los vínculos son frágiles, dependen de un apretón de manos o de una sonrisa pintada en un cartel. La medición de la temperatura sólo vale para ese momento, si la fiebre sube o baja después, ya no lo sabremos. En esta campaña los sondeos de intención de voto realizados por distintas empresas han mostrado resultados tan dispares, que uno no sabe si acudir al libro de Baldor o al Código Penal.

En una posición menos destacada que la de los hechiceros mercadológicos, están los cientistas sociales. A diferencia de los marketeros, quienes son los que verdaderamente dirigen las campañas, los cientistas no hacen nada que tenga relevancia electoral. Como la de los patólogos, su ciencia siempre llega muy tarde a la escena. Lo saben todo, pero no hacen nada. Hay, sin embargo, una subespecie de este grupo, los analistas políticos cuyo gusto por la superficie no los hace buenos topógrafos. El problema no es la banalidad de sus afirmaciones, sino la irresponsabilidad con que enuncian cada apotegma.

Finalmente, están los ideólogos, profetas menores de otros tiempos y que ahora han logrado reciclarse, repitiendo una y otra vez una historia de grandeza de la que ya nadie se acuerda. Atesoran conocimientos esotéricos sobre cómo se comportan las masas el día de las elecciones. Su misión no tiene nada que ver con algo que hayan visto en una bola de cristal, es más bien, estrictamente psicoterapéutica. So pretexto de predecir el futuro, inyectan un nuevo entusiasmo en las huestes de militantes y simpatizantes. No saben nada, pero son gente importante. Son el bálsamo que se untan los guerreros antes de entrar al teatro de guerra, (y después serán el coffal de los apaleados en las urnas).

A pesar de los numeritos de los encuestadores, las razones de los científicos, y el olfato de los ideólogos, el triunfo del 2 de mayo podría ser el resultado de cosas más bien banales como la lluvia y el transporte. Un aguacero torrencial que dificulte el tránsito, podría disminuir la asistencia a las urnas trayendo mayor perjuicio a un grupo que a otro. Una organización eficaz de buses podría asegurar el desfile de simpatizantes por las mesas de votación.

Una mezcla desconocida de lo previsible y lo imprevisible acompañará los resultados del 2 de mayo. En lo único que necesitamos creer es que ese día triunfará la democracia.
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El Panamá América, Martes 20 de abril de 2004